jueves, 21 de agosto de 2014

XV. Confession.

Los pájaros volaban alto y entonaban una dulce melodía, marionetas que el propio destino dirigía, en grupo como si un hilo los uniese a todos para que nunca pudiesen separarse. Eso me hizo pensar que tal vez hubiese un destino escrito y que no todos podríamos ser capaces de cambiarlo o borrar cualquier mal trance que experimentásemos. Porque, al fin y al cabo, era muy probable que esos malditos trances, aquellos puntos negros que emborraban momentos puntuales de nuestra vida fuesen realmente necesarios para escribir una historia, nada perfecta, pero que tan solo por ser nuestra eso lo hacía ser única, y por tanto somos lo que somos sin una explicación precisa dada por el rebelde destino.

En mi cabeza también aparecía el pensamiento que dentro de ese destino nosotros, los humanos- si yo me podía incluir en ellos- fuésemos como esos pájaros y que muchos de nosotros estuviésemos unidos por un hilo invisible, según señalaba una antigua leyenda china; hilo que conectaba a aquellos que están destinados a encontrarse y a que a pesar del tiempo, del lugar o de las circunstancias el hilo puede tensarse o enredarse pero nunca podría romperse.

¿Podía ser posible que yo estuviese conectada con aquellos a los que quería? ¿O que simplemente el mismo modo de quererse fuese el que iba dando la fuerza necesaria para que el hilo se formase?

Realmente nadie lo sabe.

Observé a mi alrededor. Me encontraba de nuevo en el bosque cerrado, impenetrable, con árboles similares a gigantes que buscaban un sol para sobrevivir, para realizar unas funciones vitales que ni siquiera yo misma sabía si las había cumplido en todo ese tiempo ya que vivía sumergida en una vida enverjada, como aquel bosque; sin ningún tipo de salida a saber por qué culpable, monstruo al que debía encontrar, y éste podía ser perfectamente la llave nombrada por Aitor en una conversación más bien corta, pero intensa. Esta vez ni siquiera me había enterado del viaje entre la vida real y la ficción ya rutinaria.

Anduve hacia adelante, ya que no sé por qué pero nunca me había decidido hasta ese momento a explorar el lugar que quizás algún día se convertiría en mi hogar. Avancé, sin miedo, con una valentía que me asombraba. Mis pies pisaban con fuerza sobre la alfombra que formaban las hojas y las ramas caídas, como si aquellos gigantes que dejaban sin luz a los demás seres vivos pertenecientes al bosque perdiesen fuerza y tuviesen que quitarse una parte de ellos, una parte nada culpable de su carga pero que era castigada para vivir en la oscuridad. Junto al sol, se mostraban de un color dorado brillante que parecía que señalaban un camino que decidí seguir.

De pronto, me encontré de frente con mi propio reflejo, cosa que hizo detenerme pero lo esquivé cogiendo la dirección hacia la derecha, lo que resultó inútil ya que aquel espejo siguió mi recorrido y se puso en mi camino.

El reflejo me mostraba a mí, o al recuerdo de cuando me encontraba tan débil. Las ojeras surcaban la parte inferior de mis ojos que se encontraban hinchados como si hubiese llorado durante un largo periodo de tiempo. Mi pelo estaba demasiado largo con mechones que acababan en puntas abiertas. Tenía un aspecto sucio como si llevase días sin ducharme, sin ganas de vida, aquella que algo o alguien, no sabía qué estaba intentando arrebatarme. En su lugar me encontraba yo con un brazo al frente con la palma de la mano abierta y supuse que aquello significaba que debía detenerme, lo que hice.

- Está bien...- susurré hacia mí.

"Estarás bien si lo consigues" - me contestó una voz procedente de mi reflejo.

Comencé a parpadear, con expresión de no saber qué hacer, si contestar y seguir dándole pie a la fantasía ya realidad en mi vida, o tumbarme en el suelo dejándome balancear por la brisa de un viento que se llevaría cada uno de los recuerdos de una experiencia nada recomendable que estaba acabando con cada ápice de mi cuerpo, como si los recuerdos se tratasen de fotografías viejas ya gastadas por un pasado que siempre vuelve, pero que tiradas en un sótano ya olvidando el viento iría desgastando, como el tiempo lo haría con  cada uno de nosotros.

- ¿Qué debo conseguir? - pregunté, sin esperar realmente una respuesta, al igual que no esperaba que las palabras saliesen de mi boca con tanta facilidad, que mi cerebro y mis cuerdas vocales y todo aquel mecanismo que compusiese la acción de hablar hubiesen funcionado sin ningún tipo de orden por mi parte.

"Lo sabes".-respondió mi otro yo con una voz que aportaba seguridad.

Sentí una punzada en mi estómago. Total, pensé, mi cuerpo ya no es mío y ahora está en mi contra, está recibiendo algún tipo de órdenes para destrozarme sin mi permiso.

- Si lo supiera de verdad no estaría viviendo una vida así - sin saber porqué hice aquella confesión a una desconocida yo.

"Ahí lo tienes".-era escueta, pero solo con pocas palabras parecía que hiciese algún tipo de confesión que solo ella acertaba adivinar.

- ¿Qué quieres decir? - comencé a interesarme por una respuesta precisa que finalizase con la pesadilla.

"No puedo decirte nada más, Álex. Lo que te he dicho te ayuda bastante. Tal vez solo pueda decirte algo más, aunque eso suponga para mí un castigo; debes seguir la luz. ¿Quién la marca? Nadie lo sabe. Pero debes averiguarlo por ti misma, al igual que has ido trazando tu propio camino hasta ahora".

- ¿Quién se supone que eres tú?

"Adiós, Álex. Solo sigue tus instintos". -y desapareció.

Aquella voz no era mi voz pero se trataba de una voz familiar. Ahora mi labor trataba de averiguarlo. Completar todo un puzle del que faltaban bastantes piezas.

Sentí un sobresalto que me hizo caer y pasar por un torbellino de emociones y dolor. Lo único que recuerdo es que desperté en mi cama pegando un brinco fuerte sobre el colchón cubierto por una mullida colcha. Con el corazón palpitándome en las sienes, los oídos, el pecho y cada rincón de mi cuerpo hasta llegar a la punta de los dedos de unos pies helados que congelaban todo de mí, respiré con dificultad notando mis pulmones se ensanchándose poco a poco como si de un globo de goma floja se intentase inflar con malos resultados.

Me lavé la cara en el baño, cerré la ventana del mismo, desde donde entraba una brisa fría, de principios del mes de septiembre para que mis huesos no acabasen igual de congelados que mis músculos agarrotados y bajé al salón. Allí se encontraba Nana tomando té mientras veía la televisión. 

- Hola Nana- dije.

- Oh, buenas tardes, cariño. ¿Cómo te encuentras? - contestó con su alegría habitual mientras daba palmaditas sobre el sillón.

- Bastante descansada, teniendo en cuenta que he dormido bastante tiempo, ¿verdad? - dije con intención de que ella me contase algo. Porque desde siempre Nana se había mostrado muy receptiva conmigo. Desde que era un renacuajo ella sabía lo que quería decir, en el momento adecuado, y si no ella misma era la encargada de terminar las frases que yo pronunciaba, como si estuviésemos conectadas por un hilo.

- Eso creo. - respondió con naturalidad, con una sonrisa dibujada en su cara formando arrugas a su alrededor. Nana era una mujer bella, con una hermosura particular, y desde que era bien pequeña estaba segura de por qué mi abuelo se había enamorado de ella. Ya no solo era bella por fuera, con dos círculos rojos siempre presentes en sus pómulos, como si estuviese recibiendo piropos y buenas palabras todo el tiempo, quizás desde el mismo cielo, por parte de mi abuelo. Sino que era una persona inteligente, generosa, sincera y siempre estaría dispuesta a dar cualquier cosa por los que verdaderamente quería. Aunque la vida le habría dado algunos palos por mostrar tanta generosidad y confianza hacia los demás, y por eso, en ocasiones me decía cuando era pequeña y había participado en alguna discusión con algún compañero del colegio: 'De buena, eres tonta. Solo que en tu caso sabes recomponerte sola, mi niña'. Y recibía un beso en cada una de mis mejillas. Se incorporó, con la sonrisa que esta vez denotaba nerviosismo. Se aclaró la voz.

- ¿A qué se debe? - pregunté, pero esta vez esperando una respuesta.

Nana se levantó y me dio su mano derecha, la que se mostraba tan suave como siempre a pesar de haber trabajado durante toda su vida. Me acariciaba con su dedo pulgar mostrando un calor que anhelaba desde hacía tiempo, el calor de su cariño, de su paciencia, de sus: 'Siempre estaré ahí para lo que necesites'. 

Volvió a aclararse la voz de nuevo.

- Cielo... Sabía que iba a llegar el momento. Pero la verdad es que yo no sé mucho más que tú sobre esto.

- Supongo que ha llegado la hora de que me digas todo lo que sepas. Por favor. - Intenté no perder el respeto a pesar de mostrarme impaciente. Se lo rogué con una voz frágil que salía entre mis dientes como el cristal, tan débil que parecía romperse con cada sílaba que pronunciaba.



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