Los pájaros volaban alto y entonaban una
dulce melodía, marionetas que el propio destino dirigía, en grupo como si un
hilo los uniese a todos para que nunca pudiesen separarse. Eso me hizo pensar
que tal vez hubiese un destino escrito y que no todos podríamos ser capaces de
cambiarlo o borrar cualquier mal trance que experimentásemos. Porque, al fin y
al cabo, era muy probable que esos malditos trances, aquellos puntos negros que
emborraban momentos puntuales de nuestra vida fuesen realmente necesarios para
escribir una historia, nada perfecta, pero que tan solo por ser nuestra eso lo
hacía ser única, y por tanto somos lo que somos sin una explicación precisa
dada por el rebelde destino.
En mi cabeza también aparecía el
pensamiento que dentro de ese destino nosotros, los humanos- si yo me podía
incluir en ellos- fuésemos como esos pájaros y que muchos de nosotros
estuviésemos unidos por un hilo invisible, según señalaba una antigua leyenda
china; hilo que conectaba a aquellos que están destinados a encontrarse y a que
a pesar del tiempo, del lugar o de las circunstancias el hilo puede tensarse o
enredarse pero nunca podría romperse.
¿Podía ser posible que yo estuviese
conectada con aquellos a los que quería? ¿O que simplemente el mismo modo de
quererse fuese el que iba dando la fuerza necesaria para que el hilo se
formase?
Realmente nadie lo sabe.
Observé a mi alrededor. Me encontraba de
nuevo en el bosque cerrado, impenetrable, con árboles similares a gigantes que
buscaban un sol para sobrevivir, para realizar unas funciones vitales que ni
siquiera yo misma sabía si las había cumplido en todo ese tiempo ya que vivía
sumergida en una vida enverjada, como aquel bosque; sin ningún tipo de salida a
saber por qué culpable, monstruo al que debía encontrar, y éste podía ser
perfectamente la llave nombrada por Aitor en una conversación más bien corta,
pero intensa. Esta vez ni siquiera me había enterado del viaje entre la vida
real y la ficción ya rutinaria.
Anduve hacia adelante, ya que no sé por
qué pero nunca me había decidido hasta ese momento a explorar el lugar que
quizás algún día se convertiría en mi hogar. Avancé, sin miedo, con una
valentía que me asombraba. Mis pies pisaban con fuerza sobre la alfombra que
formaban las hojas y las ramas caídas, como si aquellos gigantes que dejaban
sin luz a los demás seres vivos pertenecientes al bosque perdiesen fuerza y
tuviesen que quitarse una parte de ellos, una parte nada culpable de su carga
pero que era castigada para vivir en la oscuridad. Junto al sol, se mostraban
de un color dorado brillante que parecía que señalaban un camino que decidí
seguir.
De pronto, me encontré de frente con mi
propio reflejo, cosa que hizo detenerme pero lo esquivé cogiendo la dirección
hacia la derecha, lo que resultó inútil ya que aquel espejo siguió mi recorrido
y se puso en mi camino.
El reflejo me mostraba a mí, o al recuerdo
de cuando me encontraba tan débil. Las ojeras surcaban la parte inferior de mis
ojos que se encontraban hinchados como si hubiese llorado durante un largo
periodo de tiempo. Mi pelo estaba demasiado largo con mechones que acababan en
puntas abiertas. Tenía un aspecto sucio como si llevase días sin ducharme, sin
ganas de vida, aquella que algo o alguien, no sabía qué estaba intentando
arrebatarme. En su lugar me encontraba yo con un brazo al frente con la palma de la mano abierta y supuse que aquello significaba que debía detenerme, lo que
hice.
- Está bien...- susurré hacia mí.
"Estarás bien si lo consigues" -
me contestó una voz procedente de mi reflejo.
Comencé a parpadear, con expresión de no
saber qué hacer, si contestar y seguir dándole pie a la fantasía ya realidad en
mi vida, o tumbarme en el suelo dejándome balancear por la brisa de un viento
que se llevaría cada uno de los recuerdos de una experiencia nada recomendable
que estaba acabando con cada ápice de mi cuerpo, como si los recuerdos se
tratasen de fotografías viejas ya gastadas por un pasado que siempre vuelve, pero
que tiradas en un sótano ya olvidando el viento iría desgastando, como el
tiempo lo haría con cada uno de nosotros.
- ¿Qué debo conseguir? - pregunté, sin
esperar realmente una respuesta, al igual que no esperaba que las palabras
saliesen de mi boca con tanta facilidad, que mi cerebro y mis cuerdas vocales y
todo aquel mecanismo que compusiese la acción de hablar hubiesen funcionado sin
ningún tipo de orden por mi parte.
"Lo sabes".-respondió mi otro yo
con una voz que aportaba seguridad.
Sentí una punzada en mi estómago. Total,
pensé, mi cuerpo ya no es mío y ahora está en mi contra, está recibiendo algún
tipo de órdenes para destrozarme sin mi permiso.
- Si lo supiera de verdad no estaría
viviendo una vida así - sin saber porqué hice aquella confesión a una
desconocida yo.
"Ahí lo tienes".-era escueta,
pero solo con pocas palabras parecía que hiciese algún tipo de confesión que
solo ella acertaba adivinar.
- ¿Qué quieres decir? - comencé a
interesarme por una respuesta precisa que finalizase con la pesadilla.
"No puedo decirte nada más, Álex. Lo
que te he dicho te ayuda bastante. Tal vez solo pueda decirte algo más, aunque
eso suponga para mí un castigo; debes seguir la luz. ¿Quién la marca? Nadie lo
sabe. Pero debes averiguarlo por ti misma, al igual que has ido trazando tu
propio camino hasta ahora".
- ¿Quién se supone que eres tú?
"Adiós, Álex. Solo sigue tus
instintos". -y desapareció.
Aquella voz no era mi voz pero se trataba
de una voz familiar. Ahora mi labor trataba de averiguarlo. Completar todo un
puzle del que faltaban bastantes piezas.
Sentí un sobresalto que me hizo caer y
pasar por un torbellino de emociones y dolor. Lo único que recuerdo es que
desperté en mi cama pegando un brinco fuerte sobre el colchón cubierto por una
mullida colcha. Con el corazón palpitándome en las sienes, los oídos, el pecho
y cada rincón de mi cuerpo hasta llegar a la punta de los dedos de unos pies
helados que congelaban todo de mí, respiré con dificultad notando mis pulmones
se ensanchándose poco a poco como si de un globo de goma floja se intentase
inflar con malos resultados.
Me lavé la cara en el baño, cerré la
ventana del mismo, desde donde entraba una brisa fría, de principios del mes de
septiembre para que mis huesos no acabasen igual de congelados que mis músculos
agarrotados y bajé al salón. Allí se encontraba Nana tomando té mientras veía
la televisión.
- Hola Nana- dije.
- Oh, buenas tardes, cariño. ¿Cómo te
encuentras? - contestó con su alegría habitual mientras daba palmaditas sobre
el sillón.
- Bastante descansada, teniendo en cuenta
que he dormido bastante tiempo, ¿verdad? - dije con intención de que ella me
contase algo. Porque desde siempre Nana se había mostrado muy receptiva
conmigo. Desde que era un renacuajo ella sabía lo que quería decir, en el
momento adecuado, y si no ella misma era la encargada de terminar las frases
que yo pronunciaba, como si estuviésemos conectadas por un hilo.
- Eso creo. - respondió con naturalidad,
con una sonrisa dibujada en su cara formando arrugas a su alrededor. Nana era
una mujer bella, con una hermosura particular, y desde que era bien pequeña
estaba segura de por qué mi abuelo se había enamorado de ella. Ya no solo era
bella por fuera, con dos círculos rojos siempre presentes en sus pómulos, como
si estuviese recibiendo piropos y buenas palabras todo el tiempo, quizás desde
el mismo cielo, por parte de mi abuelo. Sino que era una persona inteligente,
generosa, sincera y siempre estaría dispuesta a dar cualquier cosa por los que
verdaderamente quería. Aunque la vida le habría dado algunos palos por mostrar
tanta generosidad y confianza hacia los demás, y por eso, en ocasiones me decía
cuando era pequeña y había participado en alguna discusión con algún compañero
del colegio: 'De buena, eres tonta. Solo que en tu caso sabes recomponerte
sola, mi niña'. Y recibía un beso en cada una de mis mejillas. Se incorporó,
con la sonrisa que esta vez denotaba nerviosismo. Se aclaró la voz.
- ¿A qué se debe? - pregunté, pero esta
vez esperando una respuesta.
Nana se levantó y me dio su mano derecha,
la que se mostraba tan suave como siempre a pesar de haber trabajado durante
toda su vida. Me acariciaba con su dedo pulgar mostrando un calor que anhelaba
desde hacía tiempo, el calor de su cariño, de su paciencia, de sus: 'Siempre
estaré ahí para lo que necesites'.
Volvió a aclararse la voz de nuevo.
- Cielo... Sabía que iba a llegar el
momento. Pero la verdad es que yo no sé mucho más que tú sobre esto.
- Supongo que ha llegado la hora de que me
digas todo lo que sepas. Por favor. - Intenté no perder el respeto a pesar de
mostrarme impaciente. Se lo rogué con una voz frágil que salía entre mis
dientes como el cristal, tan débil que parecía romperse con cada sílaba que
pronunciaba.
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