jueves, 21 de agosto de 2014

XIV. Lunares.

Era un día caluroso de julio, y ya habían pasado dos días desde mi cumpleaños, el sol se encontraba resplandeciente, y no había ni una sola nube en el cielo. A pesar de haber tenido dos buenos días de celebración por mi cumpleaños el pensamiento de que debía hablar con Nana sobre lo que me ocurría no desaparecía de mi cabeza, al contrario, persistía en mi mente. ¿Cómo iba a comenzar a hablar? No quería que Nana sufriera por ello, aunque suponía que ya había sufrido lo suficiente. Llevaba días sin escribir, e incluso diría que semanas, y eso era algo extrañísimo. El recuerdo principal de mi infancia era verla a ella al menos una hora cada dos días o cada día metida en su cuarto escribiendo sin parar, y yo tampoco pretendía interrumpirla, ya que aquellos manjares que ella escribía, por las noches yo los devoraba con un hambre feroz.

También recuerdo que el día de mi cumpleaños había notado en la cara de Nana algunas arrugas más dibujadas. Su rostro no era el mismo, si algo era lo que destacaba en la cara de mi abuela eran unas pequeñas ondulaciones entorno a su sonrisa, porque ella siempre se mostraba feliz. Incluso cuando hablaba sobre mi abuelo hablaba con alegría. Él nos había dejado temprano, tanto que ni siquiera yo le conocí, pero solo con las palabras que ella le dedicaba, demostraba que era un ser lleno de amor, algo que se habían transmitido ambos durante tantos años, y de aquello existía yo.

La abuela contaba mil historias que había vivido con el abuelo. Habían viajado muchísimo, se supone que era por el trabajo de mi abuelo, ya que tenía distintos destinos a lo largo del año. Había pasado por lugares tan exóticos como la India, sitios fríos como Rusia, y lugares asombrosos como Nueva York o París. De allí habían sacado una de las cosas más valiosas que una persona puede ganar en la vida, amigos. Con ellos habían pasado por varias experiencias, como su boda, el nacimiento de mi madre, y el fallecimiento de mi abuelo, aquel acontecimiento trágico que a pesar de serlo, no fue capaz ni tuvo la fuerza suficiente para borrar la sonrisa del rostro de Nana. Porque como ella misma decía: ''Existimos mientras alguien nos recuerde." Y estaba clarísimo que mi abuela plasmaba a mi abuelo en muchos de los personajes de sus relatos, tanto que pienso que lo he llegado a conocer a pesar de no poder estar físicamente cerca de él, ya que mi abuela hacía unas descripciones tan detalladas que me hicieron quererle y sentirme próxima a él.

Nunca me habían contado cómo había pasado, cómo él les había dejado para siempre a pesar de que su recuerdo siempre permanecería en su mente como si un sello estuviese estampado en la parte de su cerebro, en la memoria. Desde niña, otros compañeros de mi colegio habían perdido también a seres queridos suyos, y siempre había explicación para aquellos sucesos: infartos, por la edad, enfermedades largas... Y yo en ese terreno me sentía extraterrestre porque nunca había sabido el por qué, pero tampoco me intrigaba hasta ese momento en el que cada momento que vivía marcaba a mi piel como marcas transparentes que aparecieran que forma de lunares, porque yo podía presumir de tener una piel bien nutrida de ellos. Como si cada golpe, cada recuerdo, cada buen momento, cada risa estuviese impreso en mi cuerpo, dándole su propia forma peculiar que el viento fuese incapaz de borrar.

'Tu abuelo es un hombre bueno', decía Nana sin ninguna lágrima recorriéndola su rostro. Ella siempre hablaba de él en tiempo presente, sin ningún tipo de dificultad que rompiese su voz al recordarle. Y eso era algo que admiraba sobre ella, su gran fuerza de voluntad, una mujer todoterreno que no dejaba que nada pasase sobre ella, pero que ella tampoco pretendía destrozar la vida de los demás. Gracias a ella yo me había criado, porque mis padres tuvieron que irse temprano a trabajar fuera, debido a que al igual que mi abuelo ellos también tenían destinos diversos y no querían que yo perdiese mis raíces y me mantuviese en mi lugar de origen. Desde siempre yo había deseado viajar de una manera brutal, poder conocer cada rincón del mundo, hasta el fondo del mar, por eso cuando veía 'La Sirenita' de pequeña me quedaba absorta frente a la pantalla del televisor, y ni siquiera Nana era capaz de quitarme la mirada de aquella caja que enseñaba a soñar y a conseguir tus sueños, demasiado optimista y nada realista.

Volvía el dolor sobre mí, pero parecía placentero. Sabía que no iba a permanecer durante mucho más tiempo pudiendo recordar a mi abuelo con tranquilidad, porque cada vez que lo hacía no sabía por qué pero sentía un sobresalto en mí, hasta aquel momento que, simplemente, un manto de relajación cargado con somníferos hizo que cayese sumida en un profundo sueño.

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