Era un día caluroso de julio, y ya habían
pasado dos días desde mi cumpleaños, el sol se encontraba resplandeciente, y no
había ni una sola nube en el cielo. A pesar de haber tenido dos buenos días de
celebración por mi cumpleaños el pensamiento de que debía hablar con Nana sobre
lo que me ocurría no desaparecía de mi cabeza, al contrario, persistía en mi
mente. ¿Cómo iba a comenzar a hablar? No quería que Nana sufriera por ello,
aunque suponía que ya había sufrido lo suficiente. Llevaba días sin escribir, e
incluso diría que semanas, y eso era algo extrañísimo. El recuerdo principal de
mi infancia era verla a ella al menos una hora cada dos días o cada día metida
en su cuarto escribiendo sin parar, y yo tampoco pretendía interrumpirla, ya
que aquellos manjares que ella escribía, por las noches yo los devoraba con un
hambre feroz.
También recuerdo que el día de mi
cumpleaños había notado en la cara de Nana algunas arrugas más dibujadas. Su
rostro no era el mismo, si algo era lo que destacaba en la cara de mi abuela
eran unas pequeñas ondulaciones entorno a su sonrisa, porque ella siempre se
mostraba feliz. Incluso cuando hablaba sobre mi abuelo hablaba con alegría. Él
nos había dejado temprano, tanto que ni siquiera yo le conocí, pero solo con
las palabras que ella le dedicaba, demostraba que era un ser lleno de amor,
algo que se habían transmitido ambos durante tantos años, y de aquello existía
yo.
La abuela contaba mil historias que había
vivido con el abuelo. Habían viajado muchísimo, se supone que era por el
trabajo de mi abuelo, ya que tenía distintos destinos a lo largo del año. Había
pasado por lugares tan exóticos como la India, sitios fríos como Rusia, y
lugares asombrosos como Nueva York o París. De allí habían sacado una de las
cosas más valiosas que una persona puede ganar en la vida, amigos. Con ellos
habían pasado por varias experiencias, como su boda, el nacimiento de mi madre,
y el fallecimiento de mi abuelo, aquel acontecimiento trágico que a pesar de
serlo, no fue capaz ni tuvo la fuerza suficiente para borrar la sonrisa del
rostro de Nana. Porque como ella misma decía: ''Existimos mientras alguien nos
recuerde." Y estaba clarísimo que mi abuela plasmaba a mi abuelo en muchos
de los personajes de sus relatos, tanto que pienso que lo he llegado a conocer
a pesar de no poder estar físicamente cerca de él, ya que mi abuela hacía unas
descripciones tan detalladas que me hicieron quererle y sentirme próxima a él.
Nunca me habían contado cómo había pasado,
cómo él les había dejado para siempre a pesar de que su recuerdo siempre
permanecería en su mente como si un sello estuviese estampado en la parte de su
cerebro, en la memoria. Desde niña, otros compañeros de mi colegio habían
perdido también a seres queridos suyos, y siempre había explicación para
aquellos sucesos: infartos, por la edad, enfermedades largas... Y yo en ese
terreno me sentía extraterrestre porque nunca había sabido el por qué, pero
tampoco me intrigaba hasta ese momento en el que cada momento que vivía marcaba
a mi piel como marcas transparentes que aparecieran que forma de lunares,
porque yo podía presumir de tener una piel bien nutrida de ellos. Como si cada
golpe, cada recuerdo, cada buen momento, cada risa estuviese impreso en mi
cuerpo, dándole su propia forma peculiar que el viento fuese incapaz de borrar.
'Tu abuelo es un hombre bueno', decía Nana
sin ninguna lágrima recorriéndola su rostro. Ella siempre hablaba de él en
tiempo presente, sin ningún tipo de dificultad que rompiese su voz al
recordarle. Y eso era algo que admiraba sobre ella, su gran fuerza de voluntad,
una mujer todoterreno que no dejaba que nada pasase sobre
ella, pero que ella tampoco pretendía destrozar la vida de los demás. Gracias a
ella yo me había criado, porque mis padres tuvieron que irse temprano a
trabajar fuera, debido a que al igual que mi abuelo ellos también tenían
destinos diversos y no querían que yo perdiese mis raíces y me mantuviese en mi
lugar de origen. Desde siempre yo había deseado viajar de una manera brutal,
poder conocer cada rincón del mundo, hasta el fondo del mar, por eso cuando
veía 'La Sirenita' de pequeña me quedaba absorta frente a la pantalla del
televisor, y ni siquiera Nana era capaz de quitarme la mirada de aquella caja
que enseñaba a soñar y a conseguir tus sueños, demasiado optimista y nada
realista.
Volvía el dolor sobre mí, pero parecía
placentero. Sabía que no iba a permanecer durante mucho más tiempo pudiendo
recordar a mi abuelo con tranquilidad, porque cada vez que lo hacía no sabía
por qué pero sentía un sobresalto en mí, hasta aquel momento que, simplemente,
un manto de relajación cargado con somníferos hizo que cayese sumida en un
profundo sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario