viernes, 5 de septiembre de 2014

XVIII. Cicatrices.

Mi cuerpo dio un salto, sin más, sin ningún tipo de ayuda, solo la de mi interior o la de los mismos nervios que circulaban por mi cuerpo dirigidos por mi cerebro. Me levanté apoyando la mano buena en el suelo. Miré a mi alrededor; bañera llena, espejo con restos de vaho y aún había una 'S' dibujada en él. Sentí un pinchazo en mi muñeca izquierda repleta de arañazos, cuando yo solo recordaba un corte, al menos hecho por mí. El suelo tenía un charco del líquido encontrado en la hoja, en el baño procedente de Érika y en la misma visión de la situación. ¿Qué podía significar aquello? Lo que yo siempre recordaba como la sangre era un líquido, sí, algo espeso pero de color rojizo. O podía haber estado engañada todos aquellos años.

 "Estaré soñando de nuevo", pensé. No había otro modo de imaginarme aquello. Ya me estaba superando, pero por una parte me alegré. Aunque parte de mis deseos era que saliese mal para poder deshacerme de la pesadilla continua, también deseaba que saliera bien ya que necesitaba comprobar algo que había venido a mi mente como una estrella fugaz que deja su rastro durante un tiempo.

Me encargué de limpiar todo lo que había formado por mi propio capricho. Las toallas con las que sequé la sangre del suelo las lavé a mano y las tendí sin rastro del estropicio. No sé por qué, pero Nana me había enseñado una manera desde bien pequeña para quitar manchas fuertes de la ropa, y ahora su sabiduría me serviría para engañarla, aunque me doliese hacerlo. Vacié la bañera, tiré la cuchilla usada y me puse un vendaje pequeño en la muñeca, ya que no sé por qué pero en ella solo se encontraban pequeños cortes que no parecían para nada un intento de hacerme daño de verdad, solo parecían arañazos y si Nana me preguntaba podría decir perfectamente que había sido Nicki con sus pequeñas uñas.

¿En qué me estaba convirtiendo? ¿En una mentirosa con intención de matarse por el precio de saber algo que podía significar todo en mi vida o significar absolutamente nada? Lo que tenía realmente claro es que yo no era la culpable de todo. Y tampoco estaba alucinando, no debía asistir a un profesional porque la propia Nana me había confesado la transformación.

A pesar de haber pensado en engañar a Nana era incapaz. ¿Cómo podría sentirme bien sabiendo que Nana quizás estaría depositando sus últimas fuerzas en mí mientras yo la mentía? No podía hacerlo. No debía. Así que decidí confesarlo.

A la hora de comer Nana preparó mi plato preferido, pasta con queso fundido, un delicioso manjar que llenaría mi estómago para luego provocarme un sueño tremendo, y de eso venía la siesta. Parecía mentira, después de todo lo que había dormido hasta entonces, estaba agotada. Aquella situación era exhausta, por lo que me tumbé en la cama. Miré al techo y pensé en lo que había hecho anteriormente y cómo iba a contárselo a Nana. Todo iría a mejor, seguro que ella me ayudaría a descubrir qué había detrás de todo eso.

La sangre que salió de mí era azul, exactamente del mismo color que el de Érika. Eso debería significar algo. De pronto vino a mí una imagen, en la que mi reflejo se mostraba ante mí en el bosque, y me hablaba con la intención de encontrar una solución nada fácil a aquello. Estaba segura de que la voz procedente de él no se trataba de la mía, y me puse a recordar voces que había escuchado durante toda mi vida, y fue tarea fácil ya que yo nunca había presumido por tener grandes grupos de amigos. Una bombilla se encendió en mi mente con una energía que hizo que me doliesen las sienes de la impresión. Ya sabía de quién se trataba, pero debía averiguar si estaba en lo cierto. Debía hacerlo pronto. 

jueves, 4 de septiembre de 2014

XVII. Fall.

Se hacía de noche cada vez antes porque ya llegaba el otoño y cada calle estaba cubierta por una alfombra idéntica a la del bosque de mis sueños con hojas de tonalidades distintas: marrones, verdes, amarillas e incluso algunas de un precioso color rojo pasión.

Iba caminando por una de esas calles, pisando con delicadeza con  mis botas las hojas. Me había vuelto algo más sensible y lo que pretendía era comportarme con más delicadeza sin causarle daño a nada ni nadie para que no acabasen como yo. Y otra razón era que quería guardarme fuerzas para lo que pudiese pasar en un futuro no muy lejano.

Me paré en seco. Una de las hojas próximas a mis pies estaba impregnada por lo que parecía un líquido azul, tinta que a alguien podía habérsele esparramado por el suelo y me pregunté quién andaría con un bote de tinta abierto por la calle, aunque luego recordé que con lo torpe que era yo no podía juzgar a otra persona porque perfectamente me podría haber ocurrido a mí.

Me agaché para observarlo de cerca. Los pocos rayos de sol que asomaban entre las nubes hacían que aquel líquido tomase tonalidades brillantes como si también se hubiese esparcido purpurina en ella. Vamos, un estuche de artes entero.

Saqué las manos de los bolsillos delanteros de mi pantalón, mis ojos se entrecerraron como por instinto y con dos dedos toqué el líquido. Era pegajoso pero no demasiado, realmente espeso. Sentí un balanceo en mi cuerpo y un golpecito en la nuca. Una imagen apareció en mi mente tan clara que cambió de posición para situarse en frente de mis ojos. Se trataba de Érika en el baño del instituto -aquel sitio que llevaba tanto tiempo sin pisar y que iba a recibir mi aparición de nuevo después de tanto tiempo, ya que tras días sin tener ningún tipo de alucinación frecuente Nana decidió que debía volver a las clases y retomar el nuevo curso- se encontraba en el suelo mirándome con temor y a la vez eran sus mismos ojos los que me pedían auzilio mientras notaba que perdía el conocimiento. Su muñeca se encontraba cubierta de sangre, o lo que yo suponía que era ya que mostraba un color azul brillante como el de la hoja. Sus ojos se cerraban a la vez que los ponía en blanco, síntoma de que la perdía. Una cuchilla patentemente afilada estaba al lado de uno de los grifos con sangre en el filo.

Pero algo más apareció en la imagen. La otra vez no me había fijado en un detalle importante. El espejo estaba cubierto de vaho y en él estaban escritas dos palabras: ''PARA TI''. Dos palabras que puede que contuviesen un gran significado pero que para mí era nulo.

Volví a sentir el golpecito en la nuca y un sobresalto se apoderó de mí. De nuevo ante mí se encontraba la calle desierta de gente pero gran habitada por casas y tanto la hoja como mi mano estaban completamente limpias sin rastro del líquido azul.

Me levanté y me rasqué los ojos para volver a la realidad. Seguí hacia delante con paso decidido. Entré en mi casa y me dirigí a mi habitación. Lo primero que mis ojos encontraron en ella fue la jaula de Nicki.

- Pero, ¿quién te habrá cuidado y dado mimos todo este tiempo? Con lo que tú lo necesitas. Ay, mi Nicki... -Confieso que la ternura se apoderó de mí.- Espero que me hayas echado tanto de menos como yo a ti.-Le había echado realmente de menos.- Abrí la jaula, lo cogí y me puse a acariciarle su denso pelaje que lo hacía ser una bolita achuchable. Se revolvió el solo y comenzó a emitir unos sonidos rarísimos que no había escuchado nunca. Tenía la intención de escapar.

- Vaya... Supongo que ahora seré una extraña para ti. Te dejaré en la jaula, precioso - antes de que consiguiese escaparse de entre mis manos lo besé y lo introduje en su casita.

Me puse a pensar en lo ocurrido en la calle y decidí hacer una prueba sobre lo que había visto. Se trataba de una auténtica locura, pero si salía mal, ¿qué iba a perder ya? Lo sentía por los demás, pero había vivido una tortura hasta entonces y no me sentía merecedora de ello. 

Cogí una de las cuchillas de afeitar que había en mi baño y saqué una de ellas. La puse encima de mi piel, cerré los ojos mientras sentía el frío filo sobre ella y me relajé. Respiré hondo varias veces y me imaginé en el bosque que ya sentía que me había atrapado para siempre. 

"¿Debería dejar una nota a Nana?" pensé. 

Antes de disponerme a terminar con aquello, me dirigí a la bañera y puse el grifo en la posición caliente. Ésta se iba llenando poco a poco levantando vapor que consiguió llegar al espejo y cubrirlo por completo. Cuando ya estaba totalmente nublado, escribí en el dos palabras: ''LO SIENTO''. Y fui a por lo que me quedaba por acabar. De nuevo puse la helada cuchilla en mi piel ya caliente por el vapor, y me dispuse a cortar. La valentía entró en mi cuerpo como si hubiese sido una invitada especial y lo hice. Noté un pequeño escozor que comenzó por mi muñeca y continuó por todo mi brazo hasta llegarme al pecho izquierdo. Mi corazón comenzó a bombear cada vez más fuerte y de pronto el pulso pasó a ser flojito. Mis oídos comenzaron a emitir un pitido insoportable, las piernas me temblaban y caí al suelo. Incapaz de levantarme me dejé llevar por el sonido del agua.