domingo, 16 de noviembre de 2014

XIX. Heart.

Mis manos se encontraban repletas de pintura, como si el propio arcoíris se hubiese desparramado en ellas. Me gustaban así. ¿Por qué no habíamos nacido repletos de colores en lugar de tener un color tan neutral como el carne? ¿Y por qué podía existir en la mente de una persona la idea de discriminar a otra por su color de piel? Me parecía tan ridículo.

Antes de lavarme las manos, me hice fotos a cada una de ellas con la Polaroid que había heredado de mi abuelo. Una cámara que él había utilizado en tantísimos viajes y que aún contenía el último carrete utilizado por él. Únicamente utilizaba la cámara en ocasiones especiales. Para muchos las ocasiones especiales son celebraciones concretas que están tan marcadas por las modas y por las tradiciones año tras año, pero para mí la vida cobraba un sentido diferente a la del resto si era yo misma la que se creaba sus propias tradiciones, aunque definitivamente, mi vida ya había dado un vuelco totalmente inverso a lo que es la realidad para los humanos. Por ejemplo, me dedicaba a echar algo de jabón fregaplatos cuando quería darme largos baños bajo la espuma, por distintas razones; me notaba la piel como el tejido de la seda, creaba un perfume como no lo había olido antes y así las puntas de mi pelo nunca se abrirían. También me compraba relojes continuamente, poniendo horas de distintos países en ellos y por lo que en cada semana cogía uno de ellos, miraba la hora, y según la que marcase me comía algo típico de aquel lugar, incluso cuando sufría insomnio y me levantaba a las 5 de la mañana llegué a comer algo típico de algún país asiático. Otra de mis tradiciones era fotografiar cosas que me pareciesen especiales. Yo no reservaba la cámara para viajes concretos, porque algún que otro había realizado por otros países y de ello quizá me habría llevado un par de fotos para el recuerdo. Sino que un pálpito aparecía en mi corazón, como si estuviesen llamando a una puerta con un 'toc-toc' que me obligase a fotografiar en ese momento lo que tuviese delante. No sé cuántas fotografías le quedaban a ese carrete, a mi mente, muchas.

 Me gustaba guardar los mejores recuerdos en la mente, allí nadie podría entrar, nadie sabría qué me resultaba lo más gracioso, - que es ver a Nana comer natillas, ya que siempre se pringaba la boca, y luego al sacar la lengua para retirárselo se ponía bizca - ni tampoco lo que tocaba realmente mi corazón como nada lo podría traspasar, - que era ver a Nana en su cuarto escribiendo, con una cara de concentración total, y un lapicero siempre apoyado en su oreja izquierda asomando entre su pelo. Cuando terminaba de hacerlo, la marca de las gafas se asomaba en sus sienes, creándole dos arrugas más, pero éstas eran artificiales, ya que no contaban nada, no te hablaban de ningún recuerdo importante que la hubiese marcado en su vida, simplemente que a lo mejor en ese momento, lo estaba plasmando sobre el papel.-

Nana siempre me decía que las mayores arrugas, las más grandes y profundas, se encuentran en el corazón.

''Los recuerdos siempre quedarán marcados en nuestra piel, surcando caminos que lleven a destinos diferentes, que cuenten historias, que hablen de viajes, de sonrisas, de caricias en la piel, y de las más intensas, en el corazón.''- me decía.

 Nana siempre me contaba que la mayor caricia en su corazón, la mayor marca en sus tejidos había sido mi nacimiento. A mis padres les costó muchísimo tener hijos - sin yo saber nunca las razones-. Y cuando yo nací, Nana lloró por dentro - como ella expresaba -mientras sonreía con sus ojos, y de ahí, que siempre tuviese surcadas dos arrugas cuando sonreía y sus ojos brillasen cual diamante.

- Pero Nana, ¿y el abuelo? - le preguntaba cada vez que me hablaba de lo mucho que le emocionó que yo llegase al mundo. - Había amor, ¿no?

- Lo hay, cariño. - Confirmaba en presente mientras me acariciaba los pómulos con ambas manos.

A mí con eso me bastaba, Nana era sincera y más si era cuando hablaba de mi abuelo.

Decidí dejar algo más la pintura en mis manos, dejarla secar, para que formase parte de los surcos de mis manos, que algo dirían, pero que nadie sería capaz de descifrar, aunque muchos lo intentasen. Oí como mi puerta se abría, y mientras subía la mirada porque tenía la vista fija en mis manos, encontré a Aitor frente a mí. No me dio tiempo a decir nada porque se abalanzó y me besó con intensidad. Fueron unos minutos raros, ya que nunca había sentido ni vivido nada así, pero esta vez no necesitaba preguntarme el porqué como hacía con lo demás en mi vida. Disfruté del momento sin querer que se acabara.

Cuando tuve tiempo de respirar me tumbé en la cama y él vino junto a mí.

''And you are always in my head... You are always in my head...'' Estaba sonando en ese momento, canción adecuada para describir lo que estaba ocurriendo.

 Le di la espalda y él, sin ninguna vergüenza me abrazó. Cogí una de sus manos con fuerza, pero sin querer crear ningún daño. En ese momento, lo único que quería es que su mano, al igual que la pintura ya seca en las mías, formase parte e hiciese compañía a todos los demás surcos que en ellas se encontraban. La magia no existe, pero en ese instante yo la sentí. Nada como sentir algo que nadie sabe que lo estás sintiendo. Creando un magnetismo que sé, que si en ese momento hubiese decidido separarme de él no hubiese podido. Porque ambos deseábamos lo mismo, y no hay poder más fuerte que lo mutuo.

- La canción mencionada es: ''Always in my head'' de Coldplay -


viernes, 5 de septiembre de 2014

XVIII. Cicatrices.

Mi cuerpo dio un salto, sin más, sin ningún tipo de ayuda, solo la de mi interior o la de los mismos nervios que circulaban por mi cuerpo dirigidos por mi cerebro. Me levanté apoyando la mano buena en el suelo. Miré a mi alrededor; bañera llena, espejo con restos de vaho y aún había una 'S' dibujada en él. Sentí un pinchazo en mi muñeca izquierda repleta de arañazos, cuando yo solo recordaba un corte, al menos hecho por mí. El suelo tenía un charco del líquido encontrado en la hoja, en el baño procedente de Érika y en la misma visión de la situación. ¿Qué podía significar aquello? Lo que yo siempre recordaba como la sangre era un líquido, sí, algo espeso pero de color rojizo. O podía haber estado engañada todos aquellos años.

 "Estaré soñando de nuevo", pensé. No había otro modo de imaginarme aquello. Ya me estaba superando, pero por una parte me alegré. Aunque parte de mis deseos era que saliese mal para poder deshacerme de la pesadilla continua, también deseaba que saliera bien ya que necesitaba comprobar algo que había venido a mi mente como una estrella fugaz que deja su rastro durante un tiempo.

Me encargué de limpiar todo lo que había formado por mi propio capricho. Las toallas con las que sequé la sangre del suelo las lavé a mano y las tendí sin rastro del estropicio. No sé por qué, pero Nana me había enseñado una manera desde bien pequeña para quitar manchas fuertes de la ropa, y ahora su sabiduría me serviría para engañarla, aunque me doliese hacerlo. Vacié la bañera, tiré la cuchilla usada y me puse un vendaje pequeño en la muñeca, ya que no sé por qué pero en ella solo se encontraban pequeños cortes que no parecían para nada un intento de hacerme daño de verdad, solo parecían arañazos y si Nana me preguntaba podría decir perfectamente que había sido Nicki con sus pequeñas uñas.

¿En qué me estaba convirtiendo? ¿En una mentirosa con intención de matarse por el precio de saber algo que podía significar todo en mi vida o significar absolutamente nada? Lo que tenía realmente claro es que yo no era la culpable de todo. Y tampoco estaba alucinando, no debía asistir a un profesional porque la propia Nana me había confesado la transformación.

A pesar de haber pensado en engañar a Nana era incapaz. ¿Cómo podría sentirme bien sabiendo que Nana quizás estaría depositando sus últimas fuerzas en mí mientras yo la mentía? No podía hacerlo. No debía. Así que decidí confesarlo.

A la hora de comer Nana preparó mi plato preferido, pasta con queso fundido, un delicioso manjar que llenaría mi estómago para luego provocarme un sueño tremendo, y de eso venía la siesta. Parecía mentira, después de todo lo que había dormido hasta entonces, estaba agotada. Aquella situación era exhausta, por lo que me tumbé en la cama. Miré al techo y pensé en lo que había hecho anteriormente y cómo iba a contárselo a Nana. Todo iría a mejor, seguro que ella me ayudaría a descubrir qué había detrás de todo eso.

La sangre que salió de mí era azul, exactamente del mismo color que el de Érika. Eso debería significar algo. De pronto vino a mí una imagen, en la que mi reflejo se mostraba ante mí en el bosque, y me hablaba con la intención de encontrar una solución nada fácil a aquello. Estaba segura de que la voz procedente de él no se trataba de la mía, y me puse a recordar voces que había escuchado durante toda mi vida, y fue tarea fácil ya que yo nunca había presumido por tener grandes grupos de amigos. Una bombilla se encendió en mi mente con una energía que hizo que me doliesen las sienes de la impresión. Ya sabía de quién se trataba, pero debía averiguar si estaba en lo cierto. Debía hacerlo pronto. 

jueves, 4 de septiembre de 2014

XVII. Fall.

Se hacía de noche cada vez antes porque ya llegaba el otoño y cada calle estaba cubierta por una alfombra idéntica a la del bosque de mis sueños con hojas de tonalidades distintas: marrones, verdes, amarillas e incluso algunas de un precioso color rojo pasión.

Iba caminando por una de esas calles, pisando con delicadeza con  mis botas las hojas. Me había vuelto algo más sensible y lo que pretendía era comportarme con más delicadeza sin causarle daño a nada ni nadie para que no acabasen como yo. Y otra razón era que quería guardarme fuerzas para lo que pudiese pasar en un futuro no muy lejano.

Me paré en seco. Una de las hojas próximas a mis pies estaba impregnada por lo que parecía un líquido azul, tinta que a alguien podía habérsele esparramado por el suelo y me pregunté quién andaría con un bote de tinta abierto por la calle, aunque luego recordé que con lo torpe que era yo no podía juzgar a otra persona porque perfectamente me podría haber ocurrido a mí.

Me agaché para observarlo de cerca. Los pocos rayos de sol que asomaban entre las nubes hacían que aquel líquido tomase tonalidades brillantes como si también se hubiese esparcido purpurina en ella. Vamos, un estuche de artes entero.

Saqué las manos de los bolsillos delanteros de mi pantalón, mis ojos se entrecerraron como por instinto y con dos dedos toqué el líquido. Era pegajoso pero no demasiado, realmente espeso. Sentí un balanceo en mi cuerpo y un golpecito en la nuca. Una imagen apareció en mi mente tan clara que cambió de posición para situarse en frente de mis ojos. Se trataba de Érika en el baño del instituto -aquel sitio que llevaba tanto tiempo sin pisar y que iba a recibir mi aparición de nuevo después de tanto tiempo, ya que tras días sin tener ningún tipo de alucinación frecuente Nana decidió que debía volver a las clases y retomar el nuevo curso- se encontraba en el suelo mirándome con temor y a la vez eran sus mismos ojos los que me pedían auzilio mientras notaba que perdía el conocimiento. Su muñeca se encontraba cubierta de sangre, o lo que yo suponía que era ya que mostraba un color azul brillante como el de la hoja. Sus ojos se cerraban a la vez que los ponía en blanco, síntoma de que la perdía. Una cuchilla patentemente afilada estaba al lado de uno de los grifos con sangre en el filo.

Pero algo más apareció en la imagen. La otra vez no me había fijado en un detalle importante. El espejo estaba cubierto de vaho y en él estaban escritas dos palabras: ''PARA TI''. Dos palabras que puede que contuviesen un gran significado pero que para mí era nulo.

Volví a sentir el golpecito en la nuca y un sobresalto se apoderó de mí. De nuevo ante mí se encontraba la calle desierta de gente pero gran habitada por casas y tanto la hoja como mi mano estaban completamente limpias sin rastro del líquido azul.

Me levanté y me rasqué los ojos para volver a la realidad. Seguí hacia delante con paso decidido. Entré en mi casa y me dirigí a mi habitación. Lo primero que mis ojos encontraron en ella fue la jaula de Nicki.

- Pero, ¿quién te habrá cuidado y dado mimos todo este tiempo? Con lo que tú lo necesitas. Ay, mi Nicki... -Confieso que la ternura se apoderó de mí.- Espero que me hayas echado tanto de menos como yo a ti.-Le había echado realmente de menos.- Abrí la jaula, lo cogí y me puse a acariciarle su denso pelaje que lo hacía ser una bolita achuchable. Se revolvió el solo y comenzó a emitir unos sonidos rarísimos que no había escuchado nunca. Tenía la intención de escapar.

- Vaya... Supongo que ahora seré una extraña para ti. Te dejaré en la jaula, precioso - antes de que consiguiese escaparse de entre mis manos lo besé y lo introduje en su casita.

Me puse a pensar en lo ocurrido en la calle y decidí hacer una prueba sobre lo que había visto. Se trataba de una auténtica locura, pero si salía mal, ¿qué iba a perder ya? Lo sentía por los demás, pero había vivido una tortura hasta entonces y no me sentía merecedora de ello. 

Cogí una de las cuchillas de afeitar que había en mi baño y saqué una de ellas. La puse encima de mi piel, cerré los ojos mientras sentía el frío filo sobre ella y me relajé. Respiré hondo varias veces y me imaginé en el bosque que ya sentía que me había atrapado para siempre. 

"¿Debería dejar una nota a Nana?" pensé. 

Antes de disponerme a terminar con aquello, me dirigí a la bañera y puse el grifo en la posición caliente. Ésta se iba llenando poco a poco levantando vapor que consiguió llegar al espejo y cubrirlo por completo. Cuando ya estaba totalmente nublado, escribí en el dos palabras: ''LO SIENTO''. Y fui a por lo que me quedaba por acabar. De nuevo puse la helada cuchilla en mi piel ya caliente por el vapor, y me dispuse a cortar. La valentía entró en mi cuerpo como si hubiese sido una invitada especial y lo hice. Noté un pequeño escozor que comenzó por mi muñeca y continuó por todo mi brazo hasta llegarme al pecho izquierdo. Mi corazón comenzó a bombear cada vez más fuerte y de pronto el pulso pasó a ser flojito. Mis oídos comenzaron a emitir un pitido insoportable, las piernas me temblaban y caí al suelo. Incapaz de levantarme me dejé llevar por el sonido del agua.

domingo, 31 de agosto de 2014

XVI. Cambios.

- Así que... No soy como los demás. -Dije mientras dirigí mi mirada hacia el suelo.

Era un día lluvioso como mi interior. Cuchillas afiladas me arañaban la garganta cada vez que tragaba saliva para tranquilizarme. Cuando me encontraba nerviosa la boca se me quedaba totalmente seca como una flor que recibe durante todo el dí ala luz del sol pero a la que no le aportas nada de agua, por lo que se marchita. Así me sentía yo, una flor marchita a la que se le iban cayendo los pétalos o quizás la misma fuerza del destino era la causante de arrancarlas ya que mi vida no era mía sino que pertenecía a otra persona encargada de destrozarla.

Hiperventilaba sin parar. Los pulmones los sentía pequeños en el pecho. Tampoco pertenecían a mí, sino que otra persona se encargaba de hincharlos a su antojo.

- Tranquilízate, cielo. - No paraba de decir Nana, aportando una seguridad ya poco palpable en mi vida.

- ¿Cómo me voy a tranquilizar?-Exclamé con la voz desgarrada.- No sé cómo puedes decirme eso... No sabes lo que estoy sintiendo. Me están arrancando de mí. Ya no soy yo. Es horrible, Nana. Prefiero morir que vivir así. No puedo... No puedo.- Dos lágrimas empezaron a caer de cada uno de mis ojos. Mis lagrimales se convertirían en un momento en máquinas capaces de acabar con la sed en el mundo. 

- Estás sufriendo el cambio.- Dijo sin dificultad.

- ¿Q-qué cam-mbio?- paré de llorar. Pero mi tristeza era notable por el hipo que no me dejaba hablar.

- No es justo que no lo sepas.-Murmuró y continuó hablando aclarándose la voz. - Alejandra, tú no eres como los demás pero yo tampoco, ni siquiera tus padres ni tu abuelo. Bueno, nuestra familia no es como los demás, excepto el caso de algún primo lejano que no tienen nuestro don. - Dejó escapar una pequeña risa.

- ¿Un don? - pregunté con ganas de que continuase contando.

- Sí. El don de los sueños. Nosotros somos capaces de vivir a través de sueños. Incluso colarnos en los de otros; pero no es tan fácil. Empezar a transformarte en lo que ahora eres es un proceso no muy largo pero intenso que es capaz de desgastar cada uno de tus huesos si no tienes la fuerza suficiente, como ha ocurrido en algunos casos. Además, contamos con enemigos, aquellos que deciden vivir en los sueños para siempre. Ellos tienen la labor de tener sus propias fantasías pero además al colarse en la de los demás, personas humanas sin ningún tipo de culpa, pueden causarles daños cerebrales irreparables.

Todo aquello me parecía una locura. En ese momento solo deseaba que todo aquella experiencia tortuosa, de principio a fin, acabase, que se tratase de una pesadilla, de una broma de mal gusto creada por mi cerebro.

- Pero, ¿quién puede llegar a tener un tipo de maldad así para hacer eso?

- Los hay, Álex, créeme. -Afirmó.- Incluso pueden terminar con otros de su especie, por el afán de destruirlos. Porque sí.

''Aunque tiene algún tipo de explicación y es que su cerebro es infectado de alguna manera al querer permanecer en ese mundo. Sé que parece un mundo pacífico del que nunca te gustaría huir. Todos los que tenemos este don hemos pasado por esa etapa, y es muy importante que tengamos a alguien a nuestro lado para seguir adelante y para que ese mundo no nos atrape. Me tienes a mí, Alejandra. Y bueno, Aitor sabe algo y estoy segura que estará disponible para ayudarte también. Así que conseguirás salir de esta."

Lo único que me salió fue abrazarla. Mi cerebro estaba examinando y asimilando cada palabra que me había dicho Nana. Me separé de ella lo suficiente para mirarla a los ojos.

- ¿Y por qué últimamente te encuentro tan derrotada? De verdad, no quiero ser un impedimento. Quiero que seas feliz. Me las arreglaré sola.

- No, cariño... -Me besó la cabeza- No te preocupes, de verdad. Simplemente es que estoy aplicando una fuerza en ti para que puedas salir de esta. Los que tenemos este don y somos familiares estamos conectados de alguna forma y como ya te he dicho, puedo ayudarte a salir de ésta. Y no solo dándote pequeños consejos sino también donándote mi fuerza como si se tratase de la propia sangre.




jueves, 21 de agosto de 2014

XV. Confession.

Los pájaros volaban alto y entonaban una dulce melodía, marionetas que el propio destino dirigía, en grupo como si un hilo los uniese a todos para que nunca pudiesen separarse. Eso me hizo pensar que tal vez hubiese un destino escrito y que no todos podríamos ser capaces de cambiarlo o borrar cualquier mal trance que experimentásemos. Porque, al fin y al cabo, era muy probable que esos malditos trances, aquellos puntos negros que emborraban momentos puntuales de nuestra vida fuesen realmente necesarios para escribir una historia, nada perfecta, pero que tan solo por ser nuestra eso lo hacía ser única, y por tanto somos lo que somos sin una explicación precisa dada por el rebelde destino.

En mi cabeza también aparecía el pensamiento que dentro de ese destino nosotros, los humanos- si yo me podía incluir en ellos- fuésemos como esos pájaros y que muchos de nosotros estuviésemos unidos por un hilo invisible, según señalaba una antigua leyenda china; hilo que conectaba a aquellos que están destinados a encontrarse y a que a pesar del tiempo, del lugar o de las circunstancias el hilo puede tensarse o enredarse pero nunca podría romperse.

¿Podía ser posible que yo estuviese conectada con aquellos a los que quería? ¿O que simplemente el mismo modo de quererse fuese el que iba dando la fuerza necesaria para que el hilo se formase?

Realmente nadie lo sabe.

Observé a mi alrededor. Me encontraba de nuevo en el bosque cerrado, impenetrable, con árboles similares a gigantes que buscaban un sol para sobrevivir, para realizar unas funciones vitales que ni siquiera yo misma sabía si las había cumplido en todo ese tiempo ya que vivía sumergida en una vida enverjada, como aquel bosque; sin ningún tipo de salida a saber por qué culpable, monstruo al que debía encontrar, y éste podía ser perfectamente la llave nombrada por Aitor en una conversación más bien corta, pero intensa. Esta vez ni siquiera me había enterado del viaje entre la vida real y la ficción ya rutinaria.

Anduve hacia adelante, ya que no sé por qué pero nunca me había decidido hasta ese momento a explorar el lugar que quizás algún día se convertiría en mi hogar. Avancé, sin miedo, con una valentía que me asombraba. Mis pies pisaban con fuerza sobre la alfombra que formaban las hojas y las ramas caídas, como si aquellos gigantes que dejaban sin luz a los demás seres vivos pertenecientes al bosque perdiesen fuerza y tuviesen que quitarse una parte de ellos, una parte nada culpable de su carga pero que era castigada para vivir en la oscuridad. Junto al sol, se mostraban de un color dorado brillante que parecía que señalaban un camino que decidí seguir.

De pronto, me encontré de frente con mi propio reflejo, cosa que hizo detenerme pero lo esquivé cogiendo la dirección hacia la derecha, lo que resultó inútil ya que aquel espejo siguió mi recorrido y se puso en mi camino.

El reflejo me mostraba a mí, o al recuerdo de cuando me encontraba tan débil. Las ojeras surcaban la parte inferior de mis ojos que se encontraban hinchados como si hubiese llorado durante un largo periodo de tiempo. Mi pelo estaba demasiado largo con mechones que acababan en puntas abiertas. Tenía un aspecto sucio como si llevase días sin ducharme, sin ganas de vida, aquella que algo o alguien, no sabía qué estaba intentando arrebatarme. En su lugar me encontraba yo con un brazo al frente con la palma de la mano abierta y supuse que aquello significaba que debía detenerme, lo que hice.

- Está bien...- susurré hacia mí.

"Estarás bien si lo consigues" - me contestó una voz procedente de mi reflejo.

Comencé a parpadear, con expresión de no saber qué hacer, si contestar y seguir dándole pie a la fantasía ya realidad en mi vida, o tumbarme en el suelo dejándome balancear por la brisa de un viento que se llevaría cada uno de los recuerdos de una experiencia nada recomendable que estaba acabando con cada ápice de mi cuerpo, como si los recuerdos se tratasen de fotografías viejas ya gastadas por un pasado que siempre vuelve, pero que tiradas en un sótano ya olvidando el viento iría desgastando, como el tiempo lo haría con  cada uno de nosotros.

- ¿Qué debo conseguir? - pregunté, sin esperar realmente una respuesta, al igual que no esperaba que las palabras saliesen de mi boca con tanta facilidad, que mi cerebro y mis cuerdas vocales y todo aquel mecanismo que compusiese la acción de hablar hubiesen funcionado sin ningún tipo de orden por mi parte.

"Lo sabes".-respondió mi otro yo con una voz que aportaba seguridad.

Sentí una punzada en mi estómago. Total, pensé, mi cuerpo ya no es mío y ahora está en mi contra, está recibiendo algún tipo de órdenes para destrozarme sin mi permiso.

- Si lo supiera de verdad no estaría viviendo una vida así - sin saber porqué hice aquella confesión a una desconocida yo.

"Ahí lo tienes".-era escueta, pero solo con pocas palabras parecía que hiciese algún tipo de confesión que solo ella acertaba adivinar.

- ¿Qué quieres decir? - comencé a interesarme por una respuesta precisa que finalizase con la pesadilla.

"No puedo decirte nada más, Álex. Lo que te he dicho te ayuda bastante. Tal vez solo pueda decirte algo más, aunque eso suponga para mí un castigo; debes seguir la luz. ¿Quién la marca? Nadie lo sabe. Pero debes averiguarlo por ti misma, al igual que has ido trazando tu propio camino hasta ahora".

- ¿Quién se supone que eres tú?

"Adiós, Álex. Solo sigue tus instintos". -y desapareció.

Aquella voz no era mi voz pero se trataba de una voz familiar. Ahora mi labor trataba de averiguarlo. Completar todo un puzle del que faltaban bastantes piezas.

Sentí un sobresalto que me hizo caer y pasar por un torbellino de emociones y dolor. Lo único que recuerdo es que desperté en mi cama pegando un brinco fuerte sobre el colchón cubierto por una mullida colcha. Con el corazón palpitándome en las sienes, los oídos, el pecho y cada rincón de mi cuerpo hasta llegar a la punta de los dedos de unos pies helados que congelaban todo de mí, respiré con dificultad notando mis pulmones se ensanchándose poco a poco como si de un globo de goma floja se intentase inflar con malos resultados.

Me lavé la cara en el baño, cerré la ventana del mismo, desde donde entraba una brisa fría, de principios del mes de septiembre para que mis huesos no acabasen igual de congelados que mis músculos agarrotados y bajé al salón. Allí se encontraba Nana tomando té mientras veía la televisión. 

- Hola Nana- dije.

- Oh, buenas tardes, cariño. ¿Cómo te encuentras? - contestó con su alegría habitual mientras daba palmaditas sobre el sillón.

- Bastante descansada, teniendo en cuenta que he dormido bastante tiempo, ¿verdad? - dije con intención de que ella me contase algo. Porque desde siempre Nana se había mostrado muy receptiva conmigo. Desde que era un renacuajo ella sabía lo que quería decir, en el momento adecuado, y si no ella misma era la encargada de terminar las frases que yo pronunciaba, como si estuviésemos conectadas por un hilo.

- Eso creo. - respondió con naturalidad, con una sonrisa dibujada en su cara formando arrugas a su alrededor. Nana era una mujer bella, con una hermosura particular, y desde que era bien pequeña estaba segura de por qué mi abuelo se había enamorado de ella. Ya no solo era bella por fuera, con dos círculos rojos siempre presentes en sus pómulos, como si estuviese recibiendo piropos y buenas palabras todo el tiempo, quizás desde el mismo cielo, por parte de mi abuelo. Sino que era una persona inteligente, generosa, sincera y siempre estaría dispuesta a dar cualquier cosa por los que verdaderamente quería. Aunque la vida le habría dado algunos palos por mostrar tanta generosidad y confianza hacia los demás, y por eso, en ocasiones me decía cuando era pequeña y había participado en alguna discusión con algún compañero del colegio: 'De buena, eres tonta. Solo que en tu caso sabes recomponerte sola, mi niña'. Y recibía un beso en cada una de mis mejillas. Se incorporó, con la sonrisa que esta vez denotaba nerviosismo. Se aclaró la voz.

- ¿A qué se debe? - pregunté, pero esta vez esperando una respuesta.

Nana se levantó y me dio su mano derecha, la que se mostraba tan suave como siempre a pesar de haber trabajado durante toda su vida. Me acariciaba con su dedo pulgar mostrando un calor que anhelaba desde hacía tiempo, el calor de su cariño, de su paciencia, de sus: 'Siempre estaré ahí para lo que necesites'. 

Volvió a aclararse la voz de nuevo.

- Cielo... Sabía que iba a llegar el momento. Pero la verdad es que yo no sé mucho más que tú sobre esto.

- Supongo que ha llegado la hora de que me digas todo lo que sepas. Por favor. - Intenté no perder el respeto a pesar de mostrarme impaciente. Se lo rogué con una voz frágil que salía entre mis dientes como el cristal, tan débil que parecía romperse con cada sílaba que pronunciaba.



XIV. Lunares.

Era un día caluroso de julio, y ya habían pasado dos días desde mi cumpleaños, el sol se encontraba resplandeciente, y no había ni una sola nube en el cielo. A pesar de haber tenido dos buenos días de celebración por mi cumpleaños el pensamiento de que debía hablar con Nana sobre lo que me ocurría no desaparecía de mi cabeza, al contrario, persistía en mi mente. ¿Cómo iba a comenzar a hablar? No quería que Nana sufriera por ello, aunque suponía que ya había sufrido lo suficiente. Llevaba días sin escribir, e incluso diría que semanas, y eso era algo extrañísimo. El recuerdo principal de mi infancia era verla a ella al menos una hora cada dos días o cada día metida en su cuarto escribiendo sin parar, y yo tampoco pretendía interrumpirla, ya que aquellos manjares que ella escribía, por las noches yo los devoraba con un hambre feroz.

También recuerdo que el día de mi cumpleaños había notado en la cara de Nana algunas arrugas más dibujadas. Su rostro no era el mismo, si algo era lo que destacaba en la cara de mi abuela eran unas pequeñas ondulaciones entorno a su sonrisa, porque ella siempre se mostraba feliz. Incluso cuando hablaba sobre mi abuelo hablaba con alegría. Él nos había dejado temprano, tanto que ni siquiera yo le conocí, pero solo con las palabras que ella le dedicaba, demostraba que era un ser lleno de amor, algo que se habían transmitido ambos durante tantos años, y de aquello existía yo.

La abuela contaba mil historias que había vivido con el abuelo. Habían viajado muchísimo, se supone que era por el trabajo de mi abuelo, ya que tenía distintos destinos a lo largo del año. Había pasado por lugares tan exóticos como la India, sitios fríos como Rusia, y lugares asombrosos como Nueva York o París. De allí habían sacado una de las cosas más valiosas que una persona puede ganar en la vida, amigos. Con ellos habían pasado por varias experiencias, como su boda, el nacimiento de mi madre, y el fallecimiento de mi abuelo, aquel acontecimiento trágico que a pesar de serlo, no fue capaz ni tuvo la fuerza suficiente para borrar la sonrisa del rostro de Nana. Porque como ella misma decía: ''Existimos mientras alguien nos recuerde." Y estaba clarísimo que mi abuela plasmaba a mi abuelo en muchos de los personajes de sus relatos, tanto que pienso que lo he llegado a conocer a pesar de no poder estar físicamente cerca de él, ya que mi abuela hacía unas descripciones tan detalladas que me hicieron quererle y sentirme próxima a él.

Nunca me habían contado cómo había pasado, cómo él les había dejado para siempre a pesar de que su recuerdo siempre permanecería en su mente como si un sello estuviese estampado en la parte de su cerebro, en la memoria. Desde niña, otros compañeros de mi colegio habían perdido también a seres queridos suyos, y siempre había explicación para aquellos sucesos: infartos, por la edad, enfermedades largas... Y yo en ese terreno me sentía extraterrestre porque nunca había sabido el por qué, pero tampoco me intrigaba hasta ese momento en el que cada momento que vivía marcaba a mi piel como marcas transparentes que aparecieran que forma de lunares, porque yo podía presumir de tener una piel bien nutrida de ellos. Como si cada golpe, cada recuerdo, cada buen momento, cada risa estuviese impreso en mi cuerpo, dándole su propia forma peculiar que el viento fuese incapaz de borrar.

'Tu abuelo es un hombre bueno', decía Nana sin ninguna lágrima recorriéndola su rostro. Ella siempre hablaba de él en tiempo presente, sin ningún tipo de dificultad que rompiese su voz al recordarle. Y eso era algo que admiraba sobre ella, su gran fuerza de voluntad, una mujer todoterreno que no dejaba que nada pasase sobre ella, pero que ella tampoco pretendía destrozar la vida de los demás. Gracias a ella yo me había criado, porque mis padres tuvieron que irse temprano a trabajar fuera, debido a que al igual que mi abuelo ellos también tenían destinos diversos y no querían que yo perdiese mis raíces y me mantuviese en mi lugar de origen. Desde siempre yo había deseado viajar de una manera brutal, poder conocer cada rincón del mundo, hasta el fondo del mar, por eso cuando veía 'La Sirenita' de pequeña me quedaba absorta frente a la pantalla del televisor, y ni siquiera Nana era capaz de quitarme la mirada de aquella caja que enseñaba a soñar y a conseguir tus sueños, demasiado optimista y nada realista.

Volvía el dolor sobre mí, pero parecía placentero. Sabía que no iba a permanecer durante mucho más tiempo pudiendo recordar a mi abuelo con tranquilidad, porque cada vez que lo hacía no sabía por qué pero sentía un sobresalto en mí, hasta aquel momento que, simplemente, un manto de relajación cargado con somníferos hizo que cayese sumida en un profundo sueño.

lunes, 7 de julio de 2014

XIII. Birthday.

-Despierta... Despierta...

Alguien entonaba una dulce nana, de esas que parecen poseer algo mágico que produce el sueño inmediato en los más pequeños. Y aunque es cierto que las nanas sirven para dormir a alguien, también es cierto que nadie suele querer que lo despierten a gritos, y un poco de suavidad no viene nada mal.

Abrí los ojos despacio, tomándome mi tiempo, aquel que había derrochado hasta entonces, y lo primero que visualicé fue el rostro de Aitor. Con intención de que no viese que me encontraba despierta, cosa que resultó nula, parpadeaba en contadas ocasiones, despejándome poco a poco.

- Buenos días, Álex. ¿Cómo te encuentras? Te he preparado el desayuno. Aquí tienes.-Dijo mientras depositaba una bandeja sobre la cama.- Oh, por cierto, ¡felicidades!

De pronto mi mente sufrió un vuelco, lo que ya era rutina para mí, y multitud de imágenes comenzaron a volar por mi mente; ¿no se suponía que yo estaba en el bosque? ¿Sola? Cada vez entendía menos las cosas, pero realmente no quería ningún tipo de explicación, no en aquel momento. Aquella doble vida es lo que realmente 'me daba la vida' de alguna manera, aunque no comprendiese qué ocurría cada vez me sentía mejor.

Me incorporé en la cama, intenté peinar mi pelo revuelto y bostecé. Por no parecer maleducada, aproveché la ocasión en la que Aitor fue a lavarse las manos al baño y me estiré. Me senté en la cama y esperé a que volviera.

- Bueno, bueno, ¿cómo se siente la cumpleañera? 

Vaya, así que era mi cumpleaños...  ¿Cuánto tiempo había pasado?

- Te parecerá exagerado, pero me siento mejor que nunca. - Reconocí, sin miedo por lo que pudiera pasar.

- ¡Genial! Te he preparado unas galletas, espero que te gusten. Es la receta tradicional de mi abuela, en la que he añadido algo de mí.

Cogí una de las galletas del plato y se la ofrecí. Él negó con la cabeza.

- No no. Quiero que la pruebes tú antes y me digas qué tal está, porque seguro que si la pruebo yo diré que está buena aunque sea horrible.

Una pequeña risa salió entre mis labios, y mordí un trozo de la galleta. ¡Estaba deliciosa! Cada pepita de chocolate era como una explosión.

- Están muy buenas, Aitor.

- ¿De verdad? 

- ¡Claro que si!- Me terminé la primera galleta y cogí otra del plato.- ¡Venga, prueba una!

- Hoy no, quizás otro día.

- ¿Por qué? ¿Te encuentras bien?- Le miré extrañada.

- Sí, pero esta es una parte de tu regalo, así que no me lo voy a comer. Además, imagínate que me enveneno y la receta queda conmigo.-Rió.

Mi expresión de felicidad cambió de golpe por una de tremendo asco, Aitor siguió riéndose y añadió:

-Era broma...

Terminé de comerme la segunda, y dejé las que quedaban en el plato porque me empecé a notar hinchada. Pensé que quizá esa era la primera comida 'real' que había introducido en mi cuerpo hasta ese momento. En parte, quería tener alguna explicación de lo que estaba pasando, y Aitor quizá me pudiese contestar.

- Aitor, ¿puedo hacerte una pregunta?

-Sí, dime. -Dijo mientras preparaba mis patines en una bolsa, y algo de ropa para cambiarme.

- ¿Qué ha pasado?

-¿Qué ha pasado de qué? -Decía tranquilo mientras seguía preparando cosas.

- Vamos, no me engañas... Sé que algo me pasa, y quiero saber el qué. 

Se detuvo, suspiró y disimulando que no había oído nada siguió a lo suyo. 

Me levanté de la cama y me dirigí hacia él. Le cogí de la camiseta para que se diera la vuelta, y se resistió. Me cogió de la cabeza, con suavidad, y retiró mi pelo de la cara. Me acarició la mejilla, y eso me gustó, porque su roce con mi piel parecía mismo resultado del amor.

- Álex, prométeme que no dirás nada, sobre todo a tu abuela... La juré que no diría nada y sobre todo a ti. Sentémonos. 

Me cogió de la mano y nos dirigimos a la cama, ya sentados se aclaró la voz para comenzar a hablar.

- Álex, aún no estamos seguros de qué puede estar pasando, pero algo sospechamos... A ver, cómo decírtelo...

- Aitor, dilo ya, por favor.

- De acuerdo. - Noté cómo le temblaba la voz. - Nunca me había enfrentado a algo así. Pero se supone que tú no eres como yo. 

- ¿Que no soy cómo tú? Dime qué soy entonces. - Mi cabeza comenzó a calentarse, e hiperventilaba.

- Álex, tranquila. - Dijo mientras me acariciaba la mano. - En realidad no sé qué contarte, es todo muy confuso. Sabemos que algo pasa, bueno, te pasa, pero no sabría cómo explicártelo. Lo mejor que puedes hacer es que se lo preguntes a Nana, pero no le digas que te he contado algo, por favor.

- De acuerdo... - Comencé a impacientarme por saber qué me podía estar ocurriendo, pero aun así tenía la certeza que no sería peor que lo que había estado viviendo hasta ese momento.

Aitor percibió mi intranquilidad y me abrazó. Sentir su calor junto a mí era una de esas sensaciones que me llenaban por dentro. A pesar de no tener una seguridad clara sobre mi futuro, le tenía a él, y eso contaba para que no me corrompiera del todo.

- La verdad es que no hay nada seguro, Álex... Todo lo que sé, o que haya podido oír es que debes descubrir tú sola lo que te pasa. Es tu vida, por lo que nadie puede meterse en ella, porque es como si tu alma tuviese un cerrojo del que tú sola tienes la llave y solo tú puedes abrirlo e introducirte en ella.

- ¿Y no puedo hacer copias de la llave? - Intenté quitarle hierro al asunto.

- Álex, tú y tu sentido del humor... - Me acariciaba el pelo con suavidad.

- Ya no percibo la vida de otra manera, Aitor. Sea lo que sea que me esté pasando no quiero atrancarme en ello. Tengo diecisiete años, debo vivir. Además, he vivido cosas maravillosas dentro de esta pesadilla. He podido estar dentro de lugares en los que nunca pensaría que pudiese estar, que no podría percibir por mí misma. ¿Y si mi verdadero lugar es ese? Quizá os podría llevar a todos. Sería lo único que necesitaría.

- Alejandra, no es tan fácil. Al igual que todo esto te ocurre a ti, eso no significa que los demás podamos introducirnos en tu mundo. Recuerda, es tu alma la que se encuentra cerrada, y solo tú tienes la llave.

- Es injusto... Es muy injusto... Y no pienso quedarme así, sin más, asimilando cómo pasa mi vida y yo sigo ignorante de mis propios cambios.

- Es comprensible. Y sé que yo no puedo meterme en ello, pero intentaré el modo de encontrar una solución. Lo prometo.

Él seguía allí. ¿Qué más necesitaba?

- Bien... -Me separé de él, dejando una de mis manos enredada en su camiseta, sujetándolo simulando de alguna manera una cadena que jamás me separaría de él, para que en el momento adecuado, pudiese meterse en aquel mundo mío que se encontraba enjaulado. - ¿Por qué no celebramos mi cumpleaños como se merece?

- ¡Claro! ¡Claro! Estupendo. Vayamos a por Nana y os invito a comer si queréis.

- Oh, vaya. ¿Has traído más comida?

- Pretendía invitaros a comer a un restaurante.

- Oh, qué servicial. O debería preguntarte, ¿de dónde has sacado el dinero?

- Es cierto... Tú no lo sabes.

- ¿Saber el qué?

- ¡Tengo trabajo! Resulta que en una de las veces que iba a buscar ruedas para el skate, encontré un cartel en la tienda en el que necesitaban dependiente. Y bueno, ofrecí mi 'curriculum' y no sé cómo me cogieron.

- ¡Me alegro mucho, Aitor! Entonces tenemos dos acontecimientos que celebrar. ¡Vamos!