domingo, 31 de agosto de 2014

XVI. Cambios.

- Así que... No soy como los demás. -Dije mientras dirigí mi mirada hacia el suelo.

Era un día lluvioso como mi interior. Cuchillas afiladas me arañaban la garganta cada vez que tragaba saliva para tranquilizarme. Cuando me encontraba nerviosa la boca se me quedaba totalmente seca como una flor que recibe durante todo el dí ala luz del sol pero a la que no le aportas nada de agua, por lo que se marchita. Así me sentía yo, una flor marchita a la que se le iban cayendo los pétalos o quizás la misma fuerza del destino era la causante de arrancarlas ya que mi vida no era mía sino que pertenecía a otra persona encargada de destrozarla.

Hiperventilaba sin parar. Los pulmones los sentía pequeños en el pecho. Tampoco pertenecían a mí, sino que otra persona se encargaba de hincharlos a su antojo.

- Tranquilízate, cielo. - No paraba de decir Nana, aportando una seguridad ya poco palpable en mi vida.

- ¿Cómo me voy a tranquilizar?-Exclamé con la voz desgarrada.- No sé cómo puedes decirme eso... No sabes lo que estoy sintiendo. Me están arrancando de mí. Ya no soy yo. Es horrible, Nana. Prefiero morir que vivir así. No puedo... No puedo.- Dos lágrimas empezaron a caer de cada uno de mis ojos. Mis lagrimales se convertirían en un momento en máquinas capaces de acabar con la sed en el mundo. 

- Estás sufriendo el cambio.- Dijo sin dificultad.

- ¿Q-qué cam-mbio?- paré de llorar. Pero mi tristeza era notable por el hipo que no me dejaba hablar.

- No es justo que no lo sepas.-Murmuró y continuó hablando aclarándose la voz. - Alejandra, tú no eres como los demás pero yo tampoco, ni siquiera tus padres ni tu abuelo. Bueno, nuestra familia no es como los demás, excepto el caso de algún primo lejano que no tienen nuestro don. - Dejó escapar una pequeña risa.

- ¿Un don? - pregunté con ganas de que continuase contando.

- Sí. El don de los sueños. Nosotros somos capaces de vivir a través de sueños. Incluso colarnos en los de otros; pero no es tan fácil. Empezar a transformarte en lo que ahora eres es un proceso no muy largo pero intenso que es capaz de desgastar cada uno de tus huesos si no tienes la fuerza suficiente, como ha ocurrido en algunos casos. Además, contamos con enemigos, aquellos que deciden vivir en los sueños para siempre. Ellos tienen la labor de tener sus propias fantasías pero además al colarse en la de los demás, personas humanas sin ningún tipo de culpa, pueden causarles daños cerebrales irreparables.

Todo aquello me parecía una locura. En ese momento solo deseaba que todo aquella experiencia tortuosa, de principio a fin, acabase, que se tratase de una pesadilla, de una broma de mal gusto creada por mi cerebro.

- Pero, ¿quién puede llegar a tener un tipo de maldad así para hacer eso?

- Los hay, Álex, créeme. -Afirmó.- Incluso pueden terminar con otros de su especie, por el afán de destruirlos. Porque sí.

''Aunque tiene algún tipo de explicación y es que su cerebro es infectado de alguna manera al querer permanecer en ese mundo. Sé que parece un mundo pacífico del que nunca te gustaría huir. Todos los que tenemos este don hemos pasado por esa etapa, y es muy importante que tengamos a alguien a nuestro lado para seguir adelante y para que ese mundo no nos atrape. Me tienes a mí, Alejandra. Y bueno, Aitor sabe algo y estoy segura que estará disponible para ayudarte también. Así que conseguirás salir de esta."

Lo único que me salió fue abrazarla. Mi cerebro estaba examinando y asimilando cada palabra que me había dicho Nana. Me separé de ella lo suficiente para mirarla a los ojos.

- ¿Y por qué últimamente te encuentro tan derrotada? De verdad, no quiero ser un impedimento. Quiero que seas feliz. Me las arreglaré sola.

- No, cariño... -Me besó la cabeza- No te preocupes, de verdad. Simplemente es que estoy aplicando una fuerza en ti para que puedas salir de esta. Los que tenemos este don y somos familiares estamos conectados de alguna forma y como ya te he dicho, puedo ayudarte a salir de ésta. Y no solo dándote pequeños consejos sino también donándote mi fuerza como si se tratase de la propia sangre.




jueves, 21 de agosto de 2014

XV. Confession.

Los pájaros volaban alto y entonaban una dulce melodía, marionetas que el propio destino dirigía, en grupo como si un hilo los uniese a todos para que nunca pudiesen separarse. Eso me hizo pensar que tal vez hubiese un destino escrito y que no todos podríamos ser capaces de cambiarlo o borrar cualquier mal trance que experimentásemos. Porque, al fin y al cabo, era muy probable que esos malditos trances, aquellos puntos negros que emborraban momentos puntuales de nuestra vida fuesen realmente necesarios para escribir una historia, nada perfecta, pero que tan solo por ser nuestra eso lo hacía ser única, y por tanto somos lo que somos sin una explicación precisa dada por el rebelde destino.

En mi cabeza también aparecía el pensamiento que dentro de ese destino nosotros, los humanos- si yo me podía incluir en ellos- fuésemos como esos pájaros y que muchos de nosotros estuviésemos unidos por un hilo invisible, según señalaba una antigua leyenda china; hilo que conectaba a aquellos que están destinados a encontrarse y a que a pesar del tiempo, del lugar o de las circunstancias el hilo puede tensarse o enredarse pero nunca podría romperse.

¿Podía ser posible que yo estuviese conectada con aquellos a los que quería? ¿O que simplemente el mismo modo de quererse fuese el que iba dando la fuerza necesaria para que el hilo se formase?

Realmente nadie lo sabe.

Observé a mi alrededor. Me encontraba de nuevo en el bosque cerrado, impenetrable, con árboles similares a gigantes que buscaban un sol para sobrevivir, para realizar unas funciones vitales que ni siquiera yo misma sabía si las había cumplido en todo ese tiempo ya que vivía sumergida en una vida enverjada, como aquel bosque; sin ningún tipo de salida a saber por qué culpable, monstruo al que debía encontrar, y éste podía ser perfectamente la llave nombrada por Aitor en una conversación más bien corta, pero intensa. Esta vez ni siquiera me había enterado del viaje entre la vida real y la ficción ya rutinaria.

Anduve hacia adelante, ya que no sé por qué pero nunca me había decidido hasta ese momento a explorar el lugar que quizás algún día se convertiría en mi hogar. Avancé, sin miedo, con una valentía que me asombraba. Mis pies pisaban con fuerza sobre la alfombra que formaban las hojas y las ramas caídas, como si aquellos gigantes que dejaban sin luz a los demás seres vivos pertenecientes al bosque perdiesen fuerza y tuviesen que quitarse una parte de ellos, una parte nada culpable de su carga pero que era castigada para vivir en la oscuridad. Junto al sol, se mostraban de un color dorado brillante que parecía que señalaban un camino que decidí seguir.

De pronto, me encontré de frente con mi propio reflejo, cosa que hizo detenerme pero lo esquivé cogiendo la dirección hacia la derecha, lo que resultó inútil ya que aquel espejo siguió mi recorrido y se puso en mi camino.

El reflejo me mostraba a mí, o al recuerdo de cuando me encontraba tan débil. Las ojeras surcaban la parte inferior de mis ojos que se encontraban hinchados como si hubiese llorado durante un largo periodo de tiempo. Mi pelo estaba demasiado largo con mechones que acababan en puntas abiertas. Tenía un aspecto sucio como si llevase días sin ducharme, sin ganas de vida, aquella que algo o alguien, no sabía qué estaba intentando arrebatarme. En su lugar me encontraba yo con un brazo al frente con la palma de la mano abierta y supuse que aquello significaba que debía detenerme, lo que hice.

- Está bien...- susurré hacia mí.

"Estarás bien si lo consigues" - me contestó una voz procedente de mi reflejo.

Comencé a parpadear, con expresión de no saber qué hacer, si contestar y seguir dándole pie a la fantasía ya realidad en mi vida, o tumbarme en el suelo dejándome balancear por la brisa de un viento que se llevaría cada uno de los recuerdos de una experiencia nada recomendable que estaba acabando con cada ápice de mi cuerpo, como si los recuerdos se tratasen de fotografías viejas ya gastadas por un pasado que siempre vuelve, pero que tiradas en un sótano ya olvidando el viento iría desgastando, como el tiempo lo haría con  cada uno de nosotros.

- ¿Qué debo conseguir? - pregunté, sin esperar realmente una respuesta, al igual que no esperaba que las palabras saliesen de mi boca con tanta facilidad, que mi cerebro y mis cuerdas vocales y todo aquel mecanismo que compusiese la acción de hablar hubiesen funcionado sin ningún tipo de orden por mi parte.

"Lo sabes".-respondió mi otro yo con una voz que aportaba seguridad.

Sentí una punzada en mi estómago. Total, pensé, mi cuerpo ya no es mío y ahora está en mi contra, está recibiendo algún tipo de órdenes para destrozarme sin mi permiso.

- Si lo supiera de verdad no estaría viviendo una vida así - sin saber porqué hice aquella confesión a una desconocida yo.

"Ahí lo tienes".-era escueta, pero solo con pocas palabras parecía que hiciese algún tipo de confesión que solo ella acertaba adivinar.

- ¿Qué quieres decir? - comencé a interesarme por una respuesta precisa que finalizase con la pesadilla.

"No puedo decirte nada más, Álex. Lo que te he dicho te ayuda bastante. Tal vez solo pueda decirte algo más, aunque eso suponga para mí un castigo; debes seguir la luz. ¿Quién la marca? Nadie lo sabe. Pero debes averiguarlo por ti misma, al igual que has ido trazando tu propio camino hasta ahora".

- ¿Quién se supone que eres tú?

"Adiós, Álex. Solo sigue tus instintos". -y desapareció.

Aquella voz no era mi voz pero se trataba de una voz familiar. Ahora mi labor trataba de averiguarlo. Completar todo un puzle del que faltaban bastantes piezas.

Sentí un sobresalto que me hizo caer y pasar por un torbellino de emociones y dolor. Lo único que recuerdo es que desperté en mi cama pegando un brinco fuerte sobre el colchón cubierto por una mullida colcha. Con el corazón palpitándome en las sienes, los oídos, el pecho y cada rincón de mi cuerpo hasta llegar a la punta de los dedos de unos pies helados que congelaban todo de mí, respiré con dificultad notando mis pulmones se ensanchándose poco a poco como si de un globo de goma floja se intentase inflar con malos resultados.

Me lavé la cara en el baño, cerré la ventana del mismo, desde donde entraba una brisa fría, de principios del mes de septiembre para que mis huesos no acabasen igual de congelados que mis músculos agarrotados y bajé al salón. Allí se encontraba Nana tomando té mientras veía la televisión. 

- Hola Nana- dije.

- Oh, buenas tardes, cariño. ¿Cómo te encuentras? - contestó con su alegría habitual mientras daba palmaditas sobre el sillón.

- Bastante descansada, teniendo en cuenta que he dormido bastante tiempo, ¿verdad? - dije con intención de que ella me contase algo. Porque desde siempre Nana se había mostrado muy receptiva conmigo. Desde que era un renacuajo ella sabía lo que quería decir, en el momento adecuado, y si no ella misma era la encargada de terminar las frases que yo pronunciaba, como si estuviésemos conectadas por un hilo.

- Eso creo. - respondió con naturalidad, con una sonrisa dibujada en su cara formando arrugas a su alrededor. Nana era una mujer bella, con una hermosura particular, y desde que era bien pequeña estaba segura de por qué mi abuelo se había enamorado de ella. Ya no solo era bella por fuera, con dos círculos rojos siempre presentes en sus pómulos, como si estuviese recibiendo piropos y buenas palabras todo el tiempo, quizás desde el mismo cielo, por parte de mi abuelo. Sino que era una persona inteligente, generosa, sincera y siempre estaría dispuesta a dar cualquier cosa por los que verdaderamente quería. Aunque la vida le habría dado algunos palos por mostrar tanta generosidad y confianza hacia los demás, y por eso, en ocasiones me decía cuando era pequeña y había participado en alguna discusión con algún compañero del colegio: 'De buena, eres tonta. Solo que en tu caso sabes recomponerte sola, mi niña'. Y recibía un beso en cada una de mis mejillas. Se incorporó, con la sonrisa que esta vez denotaba nerviosismo. Se aclaró la voz.

- ¿A qué se debe? - pregunté, pero esta vez esperando una respuesta.

Nana se levantó y me dio su mano derecha, la que se mostraba tan suave como siempre a pesar de haber trabajado durante toda su vida. Me acariciaba con su dedo pulgar mostrando un calor que anhelaba desde hacía tiempo, el calor de su cariño, de su paciencia, de sus: 'Siempre estaré ahí para lo que necesites'. 

Volvió a aclararse la voz de nuevo.

- Cielo... Sabía que iba a llegar el momento. Pero la verdad es que yo no sé mucho más que tú sobre esto.

- Supongo que ha llegado la hora de que me digas todo lo que sepas. Por favor. - Intenté no perder el respeto a pesar de mostrarme impaciente. Se lo rogué con una voz frágil que salía entre mis dientes como el cristal, tan débil que parecía romperse con cada sílaba que pronunciaba.



XIV. Lunares.

Era un día caluroso de julio, y ya habían pasado dos días desde mi cumpleaños, el sol se encontraba resplandeciente, y no había ni una sola nube en el cielo. A pesar de haber tenido dos buenos días de celebración por mi cumpleaños el pensamiento de que debía hablar con Nana sobre lo que me ocurría no desaparecía de mi cabeza, al contrario, persistía en mi mente. ¿Cómo iba a comenzar a hablar? No quería que Nana sufriera por ello, aunque suponía que ya había sufrido lo suficiente. Llevaba días sin escribir, e incluso diría que semanas, y eso era algo extrañísimo. El recuerdo principal de mi infancia era verla a ella al menos una hora cada dos días o cada día metida en su cuarto escribiendo sin parar, y yo tampoco pretendía interrumpirla, ya que aquellos manjares que ella escribía, por las noches yo los devoraba con un hambre feroz.

También recuerdo que el día de mi cumpleaños había notado en la cara de Nana algunas arrugas más dibujadas. Su rostro no era el mismo, si algo era lo que destacaba en la cara de mi abuela eran unas pequeñas ondulaciones entorno a su sonrisa, porque ella siempre se mostraba feliz. Incluso cuando hablaba sobre mi abuelo hablaba con alegría. Él nos había dejado temprano, tanto que ni siquiera yo le conocí, pero solo con las palabras que ella le dedicaba, demostraba que era un ser lleno de amor, algo que se habían transmitido ambos durante tantos años, y de aquello existía yo.

La abuela contaba mil historias que había vivido con el abuelo. Habían viajado muchísimo, se supone que era por el trabajo de mi abuelo, ya que tenía distintos destinos a lo largo del año. Había pasado por lugares tan exóticos como la India, sitios fríos como Rusia, y lugares asombrosos como Nueva York o París. De allí habían sacado una de las cosas más valiosas que una persona puede ganar en la vida, amigos. Con ellos habían pasado por varias experiencias, como su boda, el nacimiento de mi madre, y el fallecimiento de mi abuelo, aquel acontecimiento trágico que a pesar de serlo, no fue capaz ni tuvo la fuerza suficiente para borrar la sonrisa del rostro de Nana. Porque como ella misma decía: ''Existimos mientras alguien nos recuerde." Y estaba clarísimo que mi abuela plasmaba a mi abuelo en muchos de los personajes de sus relatos, tanto que pienso que lo he llegado a conocer a pesar de no poder estar físicamente cerca de él, ya que mi abuela hacía unas descripciones tan detalladas que me hicieron quererle y sentirme próxima a él.

Nunca me habían contado cómo había pasado, cómo él les había dejado para siempre a pesar de que su recuerdo siempre permanecería en su mente como si un sello estuviese estampado en la parte de su cerebro, en la memoria. Desde niña, otros compañeros de mi colegio habían perdido también a seres queridos suyos, y siempre había explicación para aquellos sucesos: infartos, por la edad, enfermedades largas... Y yo en ese terreno me sentía extraterrestre porque nunca había sabido el por qué, pero tampoco me intrigaba hasta ese momento en el que cada momento que vivía marcaba a mi piel como marcas transparentes que aparecieran que forma de lunares, porque yo podía presumir de tener una piel bien nutrida de ellos. Como si cada golpe, cada recuerdo, cada buen momento, cada risa estuviese impreso en mi cuerpo, dándole su propia forma peculiar que el viento fuese incapaz de borrar.

'Tu abuelo es un hombre bueno', decía Nana sin ninguna lágrima recorriéndola su rostro. Ella siempre hablaba de él en tiempo presente, sin ningún tipo de dificultad que rompiese su voz al recordarle. Y eso era algo que admiraba sobre ella, su gran fuerza de voluntad, una mujer todoterreno que no dejaba que nada pasase sobre ella, pero que ella tampoco pretendía destrozar la vida de los demás. Gracias a ella yo me había criado, porque mis padres tuvieron que irse temprano a trabajar fuera, debido a que al igual que mi abuelo ellos también tenían destinos diversos y no querían que yo perdiese mis raíces y me mantuviese en mi lugar de origen. Desde siempre yo había deseado viajar de una manera brutal, poder conocer cada rincón del mundo, hasta el fondo del mar, por eso cuando veía 'La Sirenita' de pequeña me quedaba absorta frente a la pantalla del televisor, y ni siquiera Nana era capaz de quitarme la mirada de aquella caja que enseñaba a soñar y a conseguir tus sueños, demasiado optimista y nada realista.

Volvía el dolor sobre mí, pero parecía placentero. Sabía que no iba a permanecer durante mucho más tiempo pudiendo recordar a mi abuelo con tranquilidad, porque cada vez que lo hacía no sabía por qué pero sentía un sobresalto en mí, hasta aquel momento que, simplemente, un manto de relajación cargado con somníferos hizo que cayese sumida en un profundo sueño.